A las dos y diez de la madrugada de un jueves de 2012, en la sala número 8 de la segunda planta sucedió lo siguiente: alguien se puso guantes de látex, descolgó "La Virgen y el Niño con un racimo de uvas" de Lucas Cranach, el Viejo, lo sacó cuidadosamente de su marco con ayuda de unos pequeños alicates y lo colocó detrás de "Jesús entre los doctores" de Alberto Durero, en la parte inferior trasera de cuyo marco había puesto previamente unos topes de plástico, sesenta céntimos la docena en un chino cercano, para evitar que el lienzo pequeño se deslizara hasta el suelo. Después pegó un pósit en el hueco que había dejado el cranach: 150.000 euros en esta cuenta de la Banque Cantonale de Genève: 0057...
A la mañana siguiente, los dos guardias de seguridad nocturnos, narcotizados, no pudieron dar ninguna información útil a la policía. Las cámaras de seguridad y las alarmas garantizaban que nadie había entrado ni salido del edificio en toda la noche, era imposible. Se revisó el subsuelo, por si podía haber un modo de entrar desde el alcantarillado. El edificio es antiguo, se buscaron pasadizos secretos. Nada.
Los responsables del Museo temblaron: ¿el robo perfecto? Los amigos de lo paranormal inventaron toda clase de hipótesis, verosímiles solo si se considera la Física una ciencia obsoleta. La cifra era razonable. El Estado, la Fundación y la compañía de seguros se pusieron de acuerdo para pagar, pero ni el cuadro reapareció ni se pudo rastrear el dinero: los suizos son muy suyos para estas cosas.
Otro jueves, curiosa coincidencia, pero de 2018, se descolgaron los cuadros de la sala número 8 de la segunda planta para repintar las paredes de un ocre más claro y más amarillento. Y cayó al suelo la Virgen de Cranach, el Viejo, que había permanecido junto a su hijo los últimos seis años. Uno de los que más veces repitió la palabra "increíble" fue Marcos Gómez, el guardia de seguridad más antiguo, veintiséis años al pie del cañón, uno de los dos drogados de aquella noche inexplicable. Nunca se lo dijo a nadie, claro, pero sabía que había hecho lo correcto. El cuadro estaba en perfectas condiciones, habían aumentado las visitas entonces y aumentarían más ahora para contemplar el lienzo "resucitado" (que, dicho sea de paso, hasta 2012 pasaba bastante desapercibido), y su hermana pequeña y sus dos sobrinos, recién abandonados por su pareja y progenitor, seis años antes se habían librado del desahucio, la ruina y la desgracia.
jueves, 25 de julio de 2019
lunes, 8 de julio de 2019
EPÍLOGO
Ilsa y Rick, avejentados pero todavía deseosos de ser amantes, se reencontraron en Nueva York tras la muerte de Víctor Laszlo a finales de los 50. A Rick le había ido bien tras la guerra, era dueño de tres locales de moda en el cogollito de Manhattan. Ilsa conservaba la ternura de siempre y su entrañable tendencia al melodrama. Tras un breve idilio primaveral entre rascacielos y garitos de jazz, pensaron en hacer un viaje. Volver a París les pareció peligroso: demasiados recuerdos cubiertos de cicatrices que siempre podían sangrar de nuevo... Así pues, para aprovechar el tiempo perdido y sentirse menos atados al tinte de pelo y la crema para las arrugas, dejaron a Louis Renault -ahora especializado en viudas cincuentonas- a cargo del negocio y decidieron hacer un viaje en automóvil atravesando la gran nación americana: el viejo Boston, las cataratas del Niágara, Columbus, una carrera en Indianápolis, St.Louis, a Tulsa por la mítica Ruta 66, Albuquerque, Phoenix...
Todo fue bien hasta que, para ir de Phoenix al Gran Cañón del río Colorado, tras una tarde tormentosa y desapacible, se detuvieron a pasar la noche en el motel de Norman Bates.
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